La Cruz

Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

3.4: La cruz. Cualquier mal o sufrimiento, dolor, fracaso, desventura lo podemos llamar cruz[1].

Muchas son las causas del sufrimiento: por la misma naturaleza, por la situación social y porque Dios lo quiere, lo permite[2].

El problema del mal ha sido siempre un gran obstáculo para creer en Dios, porque si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal?, ¿por qué sufre el inocente?[3].

El ser humano de cualquier época ha rechazado la cruz, el sufrimiento, a pesar de que lo encuentra cada día en la enfermedad, en la humillación, en el desprecio, en el abandono, en la guerra y en la muerte. Unos y otros se preguntan entonces ¿dónde está Dios? ¿qué hace Dios? El sufrimiento, la cruz, la muerte no se explican. No entendemos el sufrimiento como no lo entendía Epicuro cuando decía: “O Dios quiere suprimir el mal y no puede, y entonces es impotente... O no quiere o no puede, y entonces es un don nadie`... O bien puede suprimir el mal y no quiere, y entonces es un malvado...o puede y quiere, y entonces, ¿dónde esta Dios y de dónde viene el mal?[4].

Cuando tiembla la tierra y la casa se derrumba, cuando el hospital se abre para acoger mi sufrimiento, cuando veo triunfar al prepotente y al pobre morir de necesidad, cuando veo que se apagan mis días y sólo existe la noche, el misterio nos supera y la cabeza se llena de preguntas. Si Dios es bueno ¿por qué hace o permite sufrir? ¿Por qué? ¿Por qué, Señor, ahora?[5].

“¿Todavía crees en Dios? Maldice a Dios y muérete” (Jb 2, 9), decía la mujer de Job. Entonces Job abrió la boca y maldijo su día diciendo: “Muera el día que nací, la noche que dijo: ¡Han concebido un varón”! (Jb 3, 1-3)[6]. El sufrimiento, el mal lleva a maldecir a negar la existencia de Dios, o si existe es un malvado, “un canalla”[7].

Muchos enfermos pasan por las siguientes fases: rechazo y aislamiento, ira, comerciar, depresión y aceptación[8].

Cruz y cruces son los sufrimientos y contradicciones que tenemos en la vida.  Podemos  hablar, también, de la cruz en sentido general, de esa que no  inventó Jesús, que es inherente a toda condición humana y al cristiano.

No sólo existe la cruz personal, se habla de una cruz colectiva. Existen muchas personas y pueblos que están crucificados por causa del mal y del pecado.  Se repite el mismo pecado de todos los tiempos: el ser humano explota al otro y lo mata de mil formas.

Para que la cruz, cualquier cruz, tenga valor, hay que llevarla como Cristo.

 

3.4.1: La cruz de Jesús. “La cruz tiene dos caras: es, por una parte, instrumento cruel de castigo para rebeldes políticos o esclavos y, cuando le es impuesta a un inocente como Jesús, configura un crimen político religioso[9]; pero la cruz encarna, además, uno de los símbolos más vigorosos del cristianismo como expresión de la redención de Cristo y de la voluntad salvífica del Padre”[10] “Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5) [11].

Juan afirma que  la cruz es el gran acontecimiento escatológico en el que se manifiesta la gloria de Dios (Jn 17, 1), la hora definitiva llega en la cruz en la que todo queda cumplido (Jn 17, 30)[12].

             “En la cruz de Cristo ha dicho Dios su juicio sobre el mundo, y a través de él ha abierto el camino de salvación”(Bultmann). ( Flp 3, 7-11). Dios se hace visible en la cruz de Cristo.

La cruz de Jesús es el signo fiel a la causa del reino de Dios. No se puede separar la muerte de Jesús del resto de su vida. Jesús no busca el sufrimiento, pero asume su propia crucifixión, por amor a su Padre y a la humanidad. “No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt 26, 39). Jesús viene a hacer la voluntad de Dios (Hb 10, 7); esta es su alimento (Jn 4, 34) y la voluntad de Dios se traduce en la ley de amor, que exige obras y servicio (Mt 7, 21-23).

            “La cruz de Cristo es la denuncia radical a la conciencia prometéica del hombre occidental, que quiere construir un paraíso en la tierra y que sueña con una autosuficiencia histórica, que le hace independiente de Dios y constructor único del reino de la libertad y de la emancipación, de la utopía del reino de Dios... Por eso la teología de la cruz es la afirmación de la necesidad de la gracia y de la gratuidad de ésta”[13].

Jesús no sufrió la cruz porque quiso, fue el resultado de su vida. Ni tampoco el Padre la fabricó para él. “Las cruces en la vida de Cristo, cuyo desenlace es la pasión y muerte en cruz, fueron el término trágico e inevitable de llevar a cabo la misión que el Padre le había encomendado. Ante ella, Jesús se hizo obediente hasta el sacrificio de la pasión. Jesús aceptó la cruz, libremente y por amor al Padre”. [14] La aceptó también por la humanidad para quien logró la amistad total con Dios.

La cruz de Cristo indica el camino que debe seguir el cristiano, en la lucha contra todo pecado para instaurar el Reino de Jesús. Están íntimamente  relacionadas  “la gracia de la salvación de Cristo” y la tarea humana”. La lucha por un mundo mejor reviste forma de cruz, animada por la esperanza cristiana de resucitar como Jesús. La confianza del cristiano descansa en la misericordia de Dios.

Jesús toma la cruz para  obedecer a la voluntad del Padre (Mt 16, 21); así ésta surge de su compromiso con el Reino,  como pronta y absoluta fidelidad a Dios. En la vida de Jesús, la cruz es dolor que brota del amor y conduce a la salvación. El morir de Jesús es consecuencia de su vida, de su entrega de amor incondicional: "Nadie tiene mayor amor que el que  da la vida por los amigos"...."Jesús, habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

            Jesús rechaza las tentaciones de dejar a un lado el camino tortuoso  por otro más cómodo: posesión, placer, honor. Pedro trató de apartarlo del camino de la cruz (Mt 16, 22), el pueblo quería que Jesús fuese el Mesías-rey (Jn 6,15), el demonio le propone el camino del mesías glorioso (Mt 4, 4). Todas las dificultades,  persecuciones, calumnias, traiciones y abandonos, no bastaron para apartarle de la senda del  amor y salvación.

            Jesús conoce la traición de Judas (Mc 14, 12-31) y sufre la angustia de Getsemaní (Mc 14, 32-42). Estuvo a punto de morir a causa de una gran tristeza[15]. El prendimiento de Jesús se hace en la noche, igual que a los bandidos y malhechores. En este momento “le abandonaron y huyeron todos” (Mc 14, 50). Y Cristo, el Rey de Israel, era elevado en alto y crucificado[16]. La cruz y muerte de Jesús fue consecuencia del compromiso con el Reino, del camino histórico de Jesús[17]. Y de la cruz y muerte de Cristo brota la vida.

            La muerte de Cristo fue aparentemente un fracaso. Abandonado de todos, burlado por sus enemigos que cantaban victoria, no  era  posible  que este crucificado fuera Dios. Jesús, en el momento más decisivo de su vida, tuvo conciencia de que el Padre que había estado muy unido a él y que ama con predilección a los pobres y sufridos, le había abandonado.[18] Pero a pesar de que el Padre  no obra milagros para salvarle (Mt 26, 53-54), Jesús sigue creyendo en su amor, no pierde la confianza  y  se  arroja  en sus brazos. Y Jesús “fue escuchado por su actitud reverente” (Hb 4, 7)[19].

En el día de hoy nos encontramos también con  muchas  cruces  y  muertes  que  son  un total fracaso. Sigue siendo necesario que el cristiano pase por el mismo  trance  que Jesús, pues “si el grano de trigo no  cae  en  la  tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto”(Jn 12,24).

            Muerte de cruz y resurrección forman una  unidad  inseparable: el resucitado es el crucificado. Es esencial al resucitado el escándalo de la cruz (Ga 5, 11).

El que se crucifica con Cristo, resucita: en la cruz está la vida.

 

3.4.2: La cruz del cristiano. Varios son los significados que puede tener “el cargar con la cruz”.

Jesús entendía, al oír hablar de “cargar con la cruz”, sabía cargar con la cruz  era, ni más ni menos, que aceptar ser tenido por uno de tantos desgraciados a los que cualquier día las autoridades romanas podían colgar en una cruz. Por lo tanto, “cargar con la cruz” significaba alinearse con los últimos, con la inmensa multitud sin nombre y sin calificación alguna. No era constituirse en héroe o en ejemplo ni de generosidad ni de nada, sino despojarse de todo signo de distinción y pasar a ser uno de tantos, perderse entre las pobres gentes sobre las que podía caer la maldición que anunciaba el libro del Deuteronomio (21, 22s)[20]. 

Cuando hablamos en cristiano, no hemos de confundir cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que encontramos en la vida, sino por seguir a Jesús. D. Bonhöfer lo recuerda de manera clara y precisa: “La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús... La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho de ser cristiano”[21].

El sufrimiento, la cruz es un misterio para todos. Todas las explicaciones sobran, pero no es cuestión de comprensión, sino de aceptación. Y paradójicamente quien acepta y abraza la cruz, la siente como un peso ligero y un yugo suave (Mt 11, 30).

Jesús invita a los cristianos a "tomar la cruz"," cargar cada día con la cruz", “ a perder la vida" (Mt 11,12; Jn 12, 24-26)."El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo" (Lc14,27).

            Seguir a Jesús es cargar con la cruz como él (Mt 10, 38), es estar donde está él (Jn 12, 26)), es dar la vida (Jn 13, 37). “Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación”(LG 8).  Jesucristo, sufriendo la muerte por todos, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia (GS 38).  Todo el que está cerca de Jesús, el que sigue a Jesús tiene que estar dispuesto a asumir la persecución y muerte[22].

            Sin la cruz es imposible comprender quien es Jesús. Seguir a Jesús por el camino (Mc 10, 52) es el que está dispuesto a darse a sí mismo (Mc 8, 35), a ser el último (Mc 9, 35) a beber el cáliz y cargar con la cruz (Mc 10, 38).

Y la verdad que todos los que han estado cerca de Jesús, como María, Pablo[23] y tantos otros, han participado del calvario, les ha tocado alguna astilla de la gran cruz.[24].

Es necesario permanecer en la fe en medio de las tribulaciones, porque “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14, 22). La fe es la única relación que podemos tener con Jesús. Así se lo inculcó a la Magdalena (Jn 20, 11-17), a los Doce, especialmente a Tomás (Jn 20, 19-29) y a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-31).  En medio del desencanto y la frustración es bueno escuchar las Escrituras con fe para, como los discípulos de Emaús, recobrar la fortaleza y el sentido de la vida.

La fe nos dice que Dios hace cooperar todo para el bien de los que lo aman  (Rm 8, 28).

            Todo el que siga a Jesús tendrá que tomar el mismo camino por el que pasó él: la cruz. Para poder engendrar vida, hay que desaparecer como el grano de trigo. Jesús enseña a sufrir y a morir con fe, amor y esperanza, a transformar un signo de muerte y de odio en otro de vida y de amor.

            El cristiano ha de llevar su cruz como la llevó Jesús[25].

 

3.5: La negación. Negarse a sí mismo, “renegar de sí mismo” es otra condición del seguimiento de Jesús (Mt 16, 24).

“El ‘negarse a sí mismo’ y  el renunciar ‘por el Reino` a bienes o derechos, intereses o comodidades, continúa siendo de vigente y urgente actualidad en la espiritualidad cristiana; hoy, sobre todo, frente al consumismo, hedonismo, despilfarro; cuando la miseria de la mayoría es cada vez más profunda y es cada vez más ancha y sofisticada la posibilidad de placer y disfrute por parte de una minoría egoísta”[26].

Valor positivo de la abnegación cristiana. Por ella nos vamos configurando con Jesucristo (Rm 8, 29). Nos ayudará a negarnos, el haber descubierto el tesoro, o la perla y a saber que ganamos más que perdemos.

Descubrir el tesoro. “El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Mt 13, 44). O como el mercader de perlas finas que, encontrando una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. (Ib.).

En todo seguimiento, en toda búsqueda y encuentro se dan estos tres pasos: deseo o motivación, pérdida y ganancia, alegría.

Deseo o motivación.  Se consigue lo que se desea, siempre que se puede. Cuando no hay motivación no hay búsqueda y no hay, sobre todo, valor para vender lo que se posee. Por eso hay que cuidar el corazón. “Hijo mío, por encima de todo cuida tu corazón, porque en él están las fuentes de la vida” (Pr 4, 23)[27].

Perder para ganar. El seguimiento exige conversión, estar dispuesto a perder, a dar la vida para ganarla.  Ser cristiano es seguir a Cristo por amor y, al estar cerca del Maestro, al vivir con él, Jesús hace la misma pregunta que un día le hizo a Pedro, ¿“me amas”? (Jn 21, 15). Amar es escuchar su palabra, ponerla en práctica (Mt 7, 22-25). Amar es “venderlo todo” (Mt 13, 44-46) y estar dispuesto a perder la vida (Jn 12, 25)[28].

La vida está salpicada de pérdidas y ganancias. Todos quieren ganar, pero sin dar nada a cambio. El Evangelio nos propone el otro camino, el de que para tener vida, hay que estar dispuesto a perderla. Y nos resistimos a perder y a soltar amarras. Tenemos  miedo a perder,  no colaboramos con los otros, vivimos engañados.

Para entrar en esta dinámica del Reino es necesario tener los mismos sentimientos  y criterios de Jesús (Fl 2, 5). Los que eran los más lejanos y parecían ser menos para la gente, eran los más importantes y cercanos a Jesús, como los : pecadores, prostitutas, pobres y débiles.

Seguir con alegría.  Descubrir a Jesús como tesoro, como lo único importante, lleva consigo una vida de alegría y entrega. La alegría que da Jesús nadie la podrá quitar (Jn 16, 22). Al caminar con él y con alegría, las dificultades se aminoran y desaparecen, como desaparece el dolor a la mamá que contempla el hijo que ha traído a este mundo (Jn 16, 21).

Pedro negó a Jesús (Mc 14, 30), dio a entender que ni le conocía ni tenía nada que ver con él. Lo mismo acontece con el que lo niega ante los demás (Lc 12, 9).

Desde la actitud del seguimiento tenemos que entender la cruz y el negarse a sí mismo. Negarse a sí mismo no es castigarse  o autodestruirse, es olvidarse de uno mismo, de su egoísmo, de sus propios intereses y adherirse radicalmente a Jesús y centrar la vida en él[29]. Negarse a sí mismo es abrirse al plan de Dios, morir cada día en una actitud de servicio, dispuesto a perder la vida (Mc 8, 35)[30].

 

            3.6: Seguimiento de Jesús y acompañamiento espiritual[31]. No cabe duda de que todo lo expuesto anteriormente se puede aplicar al acompañamiento, ya que con esa intención lo he planteado. No obstante, creo conveniente hacer algunas referencias más concretas.

            “Desde el momento en que entendí quien es Dios para mí, supe que ya no podría vivir más que para él”(Carlos de Foucauld)[32]. Dios tiene que ser lo primero, lo más importante de todos aquellos que se han encontrado con su rostro y siguen buscándolo apasionadamente. Fundamentar todo en el amor a Dios es mucho más liberador que poner las energías en todos los poderes y glorías. Amar a Dios con todo el corazón es la condición indispensable para amar bien a todos los demás y no quedar esclavizados por éstos y las cosas.

            Estamos llamados a “reproducir la imagen del Hijo” (Rm 8, 29), a transformarnos e identificarnos con él, poniendo los ojos en su fuerza y no en nuestra debilidad. Y nada transforma tanto como el ser conscientes de que él nos ama y nosotros estamos empeñados en la misma causa, la del amor, que sana todas las heridas del pecado. Jesús sigue sanando la culpa de aquellos que, como Pedro, Zaqueo acudieron a él, y de tantos otros que a él le abren el corazón..

            El toma siempre la iniciativa, y lo hace también en el seguimiento. Y los discípulos lo siguieron por la admiración o el agradecimiento de aquel encuentro. Encontrarse con Jesús es encontrarse “con un tesoro”. Y éste produce una gran alegría y da una enorme fuerza para vender todo, para empeñar las posesiones y conseguirlo (Mt 13, 44). Agradecimiento y alegría son dos constantes que deben permanecer en los seguidores de Jesús.

            En el seguimiento de Jesús hay que conjugar amor y paciencia, realismo y confianza.

            Seguimos a un Jesús pobre y humillado, un Crucificado a quien Dios lo resucitó. Y lo seguimos con sentido de la realidad, como fue él, sabiendo que de la semilla que siembra el labrador tres cuartas partes se pierden. Pero nunca debe aparecer la desesperanza, en la transformación de la dura realidad.

            El cristiano ha de vivir en actitud permanente de discipulado, apertura total, respecto a Jesucristo y a Dios. Su meta no ha de ser otra sino la de revivir a Jesucristo y su camino.

            El amor debe ser el motor y la meta en todo camino del seguimiento. El tiene que ser la fuente de mayor consuelo, no el éxito.

            Y en la vida de todo cristiano hay que conjugar muy bien los dos momentos, oración y entrega, como lo hizo Jesús y sus seguidores.

“Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y

lo que habían enseñado. El, entonces, les dice:`Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco`. Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer... Al desembarcar vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues eran como ovejas que no tienen pastor, y se puso a instruirlos extensamente” (Mc 6, 30-34).


[1] Ante los fracasos y desventuras el ser humano se revela. Cada uno quisiera la cruz hecha a la medida y que no fuera cruz. Así se reveló un campesino cuando su hermoso trigal fue destrozado por una granizada. Se lamentaba diciendo que si el pudiera manejar el tiempo durante un año, sacaría una cosecha tan abundante y ganaría tanto dinero que podría jubilarse. Y Dios le concedió lo que pedía. Dispuso del tiempo a su antojo, pero aquel año fue el de peor cosecha en su vida. Entonces un vecino le preguntó qué había ocurrido, y el hombre contestó: “Que se me olvidó hacer soplar el viento”. (Esto, para los que no lo sepan, significa que faltó la polinización cruzada). Cf. Z. Ziglar, Cómo criar hijos con actitudes positivas en un mundo negativo, Norma, Bogotá 1986, p. 11.

 

[2]  Para ver el sufrimiento causado por Dios, cf. A. Muñoz,  La “crueldad” de Dios,  en Espíritu y Vida, Revista caribeña de Espiritualidad,  6 (1999) 1991-200.

 

[3] ¿Cómo hablar de Dios desde la pobreza y el sufrimiento? ¿ De qué manera hablar de un Dios que se revela como amor en una realidad marcada por la pobreza y la opresión? ¿Cómo encontrar un lenguaje sobre Dios desde el sufrimiento del inocente? “ Este es, con todas sus consecuencias sobre la comprensión de la justicia y la gratuidad de Dios, el gran tema de la obra. G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, Sígueme, Salamanca 1987, pp. 48-49.

 

[4]  El mal es una realidad admitida  y estudiada en la historia del pensamiento, como Heráclito, Schopenhauer, Kierkegaard. Para ver el problema del mal. Perspectivas filósicas, cf. J. De Sahún Lucas,  Dios, horizonte del hombre, BAC, Madrid 1994, pp. 267-275.

 

[5] Cf. C. Carreto, ¿ Por qué, Señor?. El dolor, secreto escondido en los siglos, Paulinas, Madrid 1985, pp. 27-35.

Se ha hablado del silencio de Dios. “Dios ha muerto”, declaraba Sastre en Ginebra. “Dios ha muerto, luego el hombre ha nacido”, dijo Malraux. Y Bergman en sus películas traspone el silencio de Dios a las relaciones humanas. En Juegos de verano, María que ha perdido su novio, lanza un desafío: “Si Dios no se interesa por mí, yo tampoco me voy a interesar por él”. Cf. P. Evdokimov, El amor loco de Dios, Narcea, Madrid 1972, pp. 9-30.

 

[6] Job maldice el día en que nació; no maldice a Dios, pero se queja de él. Percibe el mundo como un caos y desea que le trague la noche.  Cf. G. Gutierrez, o.c., pp. 40-44.

 

[7] Para ver el problema del mal en la secularidad y en Jesús de Nazaret, cf. J. L. Ruiz de la Peña, Teología de la creación, Sal Terrae, Santander 1992 (3 ed.), pp. 157-174. Job siente el cambio de Dios, el abandono, la crueldad; pero al final ve al Dios que conocía de oídas y se retractó de sus palabras (Jb 42, 3, 5-6).

 

[8] Ante las dificultades y problemas no vencidos hay personas que usan los mecanismos de compensación como: la actividad, las relaciones extras, se instalan, se enferman o se divorcian o se salen de religiosos. Cf. J. M. Bovet, La relación comunitaria. Recursos e instrumentos para un crecimiento espiritual, San Pablo, Madrid 1997, pp. 37-44.

 

[9] En el Antiguo Testamento se decía que un condenado a muerte en la cruz debía ser considerado como un “maldito de Dios” (Dt 21,23). Por eso, la cruz era un “escándalo” y un gran impedimento para que el pueblo judío creyese en Jesús como el Mesías (Mc 8, 32).

 

[10] L. Boff, Teología desde el lugar del pobre, Sal Terrae, Santander 1986 (2a ed.), p.118.

 

[11] Un estudio de esta bienaventuranza se puede ver en A. Guerra,  “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”,  en Espíritu y Vida. Revista caribeña de Espiritualidad,  6 (1999) 201-214. Para ver el consuelo en la vida cf. M. García,  El Consuelo. Significación en la vida del hombre,  en  Espíritu y Vida. Revista caribeña de Espiritualidad,  6 (1999)  159-169.

 

[12] Para cada evangelista la cruz tiene un significado especial.. Cf. F. Brändle, La cruz que ha de marcar al cristiano, en  Revista de Espiritualidad,  139 (1976)  235-236.

 

[13] J. M. Castillo- J. A. Estrada, El proyecto de Jesús, Sígueme, Salamanca 1987 (2a ed). P. 76. Para mejor entender qué es la teología de la cruz cf. S. Castro, La cruz en la teología y en la espiritualidad, en Revista de Espiritualidad, 139 (1976) 210-211 y el artículo de T. Egido en la misma revista,  251-274.

 

[14] S. Galilea, El discipulado cristiano, Paulinas, Madrid 1993, p. 111.

 

[15] Las causas de esta tristeza para S. Castro son dos: la pérdida de la fe de sus discípulos y el que se le vaya a juzgar como a un zelota. Cf. S. Castro, El sorprendente Jesús de Marcos, en Revista de Espiritualidad 186 (1988) 43.

 

[16] Algunos intérpretes ven en el grito de Jesús sobre la cruz: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46) una expresión de desesperación, en vez del comienzo de una oración de confianza y de victoria. Y el centurión al ver expirar a Jesús exclamó: “Verdaderamente era Hijo de Dios” (Mc 15, 39).

 

[17] Cf. A. Guerra, Cristología de la liberación, en  Revista de Espiritualidad, 186 (1988) 108-111.

 

[18] Jesús recorrió un camino que le llevó a Jerusalén y el Calvario. El es siempre el que precede en este camino (Mc 10, 32; 14, 28; 16, 7), pero detrás irá su pueblo, el nuevo pueblo de Dios. Cf. G. Barbaglio, Espiritualidad del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1994, pp. 166-176.

 

[19] Jesús siente el abandono no sólo de la gente, y los discípulos, sino de su Padre, por eso pregunta ¿ por qué? De alguna forma en esa pregunta están representadas las de toda la humanidad que no entiende y puede comprender no sólo la muerte de Jesús, sino el sufrimiento y la muerte de todos los inocentes. No podemos comprender a un Padre que, siendo omnipotente, no libra a su Hijo y a tantas personas del dolor y de es muerte. Eso nos dice la razón, pero la fe nos susurra que Dios estaba muy cerca de su Hijo como lo está de todos los que sufren. El fue su fuerza y apoyo, como sigue siendo de todos los que confían en él.

 “El Padre contestó a su Hijo, pero le contestó – como Dios hace tantas veces- con tres días de retraso, el domingo. No le libró de la muerte, pero lo resucitó haciéndole vencer la muerte después de morir. La oración de Jesús fue realmente escuchada” J. L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, III,  Sígueme, Salamanca 1993 (9a ed.), p. 214.

 

[20] Cf. J.M. Castillo. El Reino de Dios. Por la vida y la dignidad de los seres humanos, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999, pp.221-223.

 

[21]  Citado por J. A. Pagola, Es bueno creer. Para una teología de la esperanza, San Pablo, Madrid 1996 (2) p. 48. Puede consultarse todo el capítulo 2 , el cristiano ante el sufrimiento ,de este mismo libro pp. 37-54.

 

[22] Sería larga la lista de todos los mártires del cristianismo y no sólo en los primeros tiempos, sino, sobre todo, en nuestros días, principalmente en Latinoamérica.

 

[23] Los sufrimientos de  cualquier hijo son los sufrimientos de una buena madre; así la cruz de Cristo se hizo cruz para María. María participa de los dolores de Jesús y su actitud será de aceptación del  misterio viviéndolo en silencio.

Pablo sufre por el compromiso de su apostolado. De éste nacen las persecuciones, cárceles, hambre, humillaciones (2Cor 6, 3-10). Cada día experimenta su debilidad y su  muerte continua.

"Mientras vivimos, estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal" (2Cor  4, 10-11) Es, precisamente a través de esta debilidad y muerte donde se manifiesta la fuerza de Dios (1 Co 1 ,25).

 

[24] La atracción por el Cristo sufriente, por la cruz, parece en todos los santos y en los movimientos espirituales. La devoción al Crucificado aparece con rostros siempre nuevos : del corazón de Jesús, preciosa  Sangre... Cf. S. Galilea, El discipulado cristiano, o.c., pp. 116-118.

 

[25] San Juan de la Cruz sabe de las excelencias de la cruz, de que es puerta para descubrir las sabidurías de Dios (C 36, 13). Conviene, decía en una de sus cartas, “que no nos falte la cruz, como a nuestro Amado hasta la muerte de amor” (Cta. 11). 

Es claro que no se puede buscar la cruz sin Cristo, ni se debe seguir a Cristo sin cruz (Cta 24). Para llevar la cruz, para determinarse de veras a querer hallar y llevar trabajos en todas las cosas por Dios, “por amor de Jesucristo” (1S 13, 4) se necesitan grandes deseos y mucho amor. La cruz “ es el báculo para arribar , por el cual grandemente se le aligera y facilita” (2S 7, 7).

Jesús era poco conocido por sus amigos, se quejaba Juan de la Cruz, y más que buscar a Cristo, buscan sus gustos y consolaciones y se aman a sí mismos (2S 7, 12). “Sólo andan a buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas en Dios” (2S 7, 5).

 

[26] P. Casaldáliga – J. M. Vigil, Espiritualidad de la liberación, Paulinas, Bogotá 1992, pp. 215-216.

[27] Es bueno ver las motivaciones de cada seguimiento u opción en la vida. Cómo eran los primeros deseos y cómo se mantienen. Estos adjetivos: apagados, ardientes, despiertos, anestesiados....pueden ayudarnos a evaluar nuestros deseos qué los mantienen vivos y qué los apagan.

 

[28] Cf. S. Galilea, El seguimiento ....o.c., pp. 9-19.

 

[29] Cf.  J.M. Castillo, o.c., pp. 59-60.

 

[30] Se puede afirmar que todo el sistema sanjuanista está basado en la negación. No siempre se ha entendido lo que significa esta palabra en la mente del Santo. “La experiencia repetida demuestra que la negación es seguramente el mejor criterio para comprobar si un lector ha llegado a la comprensión auténtica de San Juan de la Cruz”.

Unión y negación son anverso y reverso del mismo amor. No se puede reducir la negación a  la categoría de ascesis sanjuanista. “La negación es comunión teologal, experiencia mística, pasividad creativa, descubrimiento del ser. Y entre tantos valores cumple también la función ascética”. F. Ruiz, Místico y maestro san Juan de la Cruz, EDE, Madrid 1996. p. 84. Si interesa este tema cf, sobre todo, J. D. Gaitán, Negación y plenitud en san Juan de la Cruz, EDE, Madrid 1995.

 

[31] Para profundizar en este aspecto cf. J. A. García, Hombres y mujeres “de dos tiempos”. Puntos sensibles del acompañamiento espiritual, en Sal Térrea, 85/8(1997) 629-640.

 

[32] Citado Ib.,  630.