Almas desamparadas y desarraigadas

Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

          

       

Manolo Pilares, escritor español, cuenta la historia de unos supuestos ángeles que en la sublevación de sus compañeros rebeldes, les atormentan las dudas, quedan quietos y perplejos, sin saber si ponerse al lado de Dios o de los que ya se habían convertido en diablos.

            Ante cualquier decisión importante en la vida, nos encontramos desconcertados. Lo mismo nos ocurre cuando tratamos de escoger lugar para vivir, para trabajar. Si se trata ya de otra cultura, de lanzarse a lo desconocido, los miedos y las inseguridades pululan por los rincones de nuestra alma.

            El salir de la tierra, el dejar a la familia, el emprender nuevos caminos siempre desarraiga y deja al ser humano al desnudo. De esto mismo nos habla la Biblia. Un día Yahveh dijo  a Abraham: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande y te bendeciré” (Gn 12, 1).

      Abraham es o debiera ser el patrón de los emigrantes, de todos aquellos que sueñan, arriesgan, luchan y confían, de los que son capaces de romper con las raíces del árbol plantado para sembrar nuevas semillas. Todo emigrante es un pequeño héroe, pues necesita armarse de valor para dejar tierra, familia, profesión....Sale de su tierra como Abraham, sin saber adónde va y qué es lo que se va a encontrar. El creyente está seguro de que Dios lo acompañará en esta travesía, pero no sabe cómo va a salir vivo.

            Quien llega a Estados Unidos ha oído que USA es “tierra prometida”, “país de las oportunidades”. Muchas veces la tierra soñada sólo queda en sueños y las oportunidades no aparecen por ninguna parte. Al quedarse la persona sin papeles, sin trabajo, sin familia, sin nadie a quien  acudir y pedir socorro, es cuando el alma se queda a solas y tiene que buscar un fuerte agarradero, bien sea Dios o algo que ocupe su lugar. En esta búsqueda o huida hay mucho dolor y desgarro, inseguridad y desconcierto. Muchos optan por el cambio de religión, de secta o abandono total de lo que hasta entonces les había sustentado en la vida.

            Un día se me acercó una joven y me contó todo su proceso espiritual, qué es lo que había pintado Dios en su llegada a Miami. Ella venía un poco empujada por la situación económica de la familia. Amparada en una gran seguridad de sí misma, en sus títulos,  en sus cualidades,  Dios no había tenido ni voz ni voto en su decisión. Ante las primeras dificultades todo se le vino abajo. Fue entonces cuando acudió de nuevo  a Dios, pero se resistía a confiar en él, a poner los asuntos en las manos del Padre y seguía, de alguna forma, haciendo su voluntad. A medida que los problemas aumentaban, le flaqueaban las fuerzas y se fue sintiendo cada vez más vacía, con una gran soledad que no llenaba con nada ni con nadie.

            En medio de una gran tristeza, empezó el camino de regreso a Dios. Oraba, pero su alma  estaba seca y marchita. Buscó a Dios por todos los lugares y Dios no aparecía, parecía esconderse más cada día. En medio de una profunda desolación y desintegración de esta joven, Dios la llevó aún más al desierto. Allí no tenía escapatoria y tuvo que rendirse a su amor, a su dulzura, a su voluntad. Fue entonces cuando Dios se hizo presente por medio de una mano amiga y gente humilde y buena que se le acercó. Todo empezó a recobrar sentido.  La Eucaristía se convertía en fuente de gozo y esperanza.

      También se hizo visible el invisible. Jesús fue el “amigo del alma”. Redescubrió al Jesús que moraba en su interior. Con él compartía todo: alegrías, penas, travesuras y picardías. En él encontraba fuerza en sus palabras, gozo en su corazón. En él encontraba las energías necesarias para mantenerse en la lucha diaria y en la entrega desinteresada a los otros y la chispa de alegría para avanzar en la monotonía del día y de la noche. Cuando terminé de escuchar a la joven nicaragüense, me recordé de tantas personas que llegan a Estados Unidos desorientadas, desamparadas y desarraigadas de todo apoyo espiritual y humano. No cabe duda de que necesitan de una mano amiga que les devuelva la confianza en sí mismas.