Escrituras baratas

Autor:  Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

                      

            Hay una anécdota según la cual yendo la Madre Teresa a hacer las escrituras de una de las fundaciones, preguntó al escribano, después de hechas, cuánto eran sus honorarios. A lo que éste le contestó con desparpajo:

-Solamente un beso.

Y la santa se lo dio, natural y sonriente, al tiempo que exclamaba:

-Nunca una escritura me salió tan barata.

           

El pueblo ha visto en Santa Teresa de Jesús la santa del buen humor, de la gracia y del donaire. Estaba dotada verdaderamente de gracias naturales como la jovialidad, espontaneidad, cordialidad, afabilidad y sencillez. María de la Encarnación nos dice que "era muy discreta, y alegre con gran santidad, y enemiga de santidades tristes y encapotadas, sino que fuesen los espíritus alegres en el Señor, y por esta causa reñía a sus monjas si andaban tristes, y les decía que mientras les durase la alegría les duraría el espíritu".

            La vida de sacrificio y penitencia no la consideraba reñida con la alegría . Tanta importancia tenía la hora de recreación como la de la oración. Así ponía gran empeño en que las monjas participaran del momento de la recreación y pudieran compartir libremente. En cierta ocasión, estando en Medina del Campo, reprimió severamente a la hermana Alberta, quien se quejaba: "¿Ahora nos llaman a cantar? Mejor fuera para contemplar".

            Gozaba de gran libertad para hablar de sí misma, de sus dolores y achaques. Bromeaba con la Inquisición, ponía apodos  a quienes les caía  antipáticos. Al pintor Fray Juan de la Miseria, quien la retrató le dijo : "Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste podías haberme sacado menos fea y legañosa".

            Santa Teresa fue una mujer madura , capaz de maravillarse y asombrarse de las cosas de cada día. Ella, que nos dejó esta frase célebre : "También entre los pucheros anda Dios", gozó con todo lo creado. De su fe en este Dios cercano, vivo en cada cosa y acontecimiento, le brotó esa alegría natural y contagiosa. A brazo partido luchó para que sus monasterios gozaran de este ambiente de libertad donde se respirase a un Dios alegre, capaz de llenar de felicidad cualquier corazón humano.

            Para ella la alegría era fuerza, alimento del espíritu, tan esencial para la vida como lo es el aire, el agua y el pan.